POR LUCIA ROJAS
El arte siempre está en constante movimiento, siempre se está repensado y buscando nuevas maneras de renacer, es parte de su naturaleza. El arte no puede mantenerse quieto ni estable. Lo interesante es ese desborde permanente y con eso el artista. Esta inquietud, esta crisis necesaria, también es una fuente de creación.
El arte, el ser artista siempre suena muy romántico, pero detrás de las obras y sus creadores hay una gran épica, una lucha, un camino que solo el artista puede y debe trazarse, casi siempre en soledad, por ello para el artista una crisis no es más que un campo para sembrar.
El teatro ya estaba en crisis y una de estas crisis es la falta de público en las salas. Para ello sería importante preguntarse si la gente se ha alejado del teatro o el teatro se ha alejado de la gente. Esto apunta a sus creadores y a todos los artistas que participamos directamente de una pieza teatral.
Uno de los pensamientos, reflexiones, que me rondan estos días, es el pensar que El Artista ha perdido el contacto con la gente, con el pueblo y eso lo ha llevado a perder contacto con el público. Y no sé si lo recuperaremos tan pronto, porque no sé si nos hemos dado cuenta de ello… aunque es urgente.
Las salas de teatro siempre las visitamos los mismos, los mismos que hacemos teatro y un grupo más de personas que aún están cautivadas por el deseo de ver a los artistas en vivo representando una historia, y por la ilusión que provoca el encuentro con los demás. Hablando en general y si pudiéremos acotarlo más, al teatro lo visita gente de clase media y alta, que tiene acceso al arte, que tiene una profesión, que se mueve, e incluso va a ver arte fuera de su país.
Podríamos decir que el teatro está en manos de gente muy parecida, los puntos de vistas están completamente hegemonizados, dominados por una visión del mundo sometida a transmitir su propia realidad. Esto empobrece al teatro. Tiene que haber variedad, más puntos de vista que potencien la mirada que nos abran a nuevas narrativas. La riqueza es la diversidad.
El desafío está en sustraerse de nuestro pensamiento que está sobre nuestro mismo marco de cultura. Poner en escena por ejemplo la visión de una mujer que no soy yo, que es otra, que vive situaciones diferentes o que pertenece a otros grupos sociales, que no tiene los mismos beneficios que yo como ciudadana… personas a las que les falta todo lo que yo tengo…. pero ese discurso será trasmitido verdaderamente solo si es posible ponerse en el lugar del otro, o construir desde nuestras propias limitaciones y ponerlas al servicio de la escritura.
Aunque debo decir que hay muchas mujeres que están indagando constantemente en este camino, desde la mujer que no soy yo, pienso en aquellas que han desafiado al sistema impuesto desde temáticas de estructura social preconcebidas y naturalizadas, como son las estructuras sociales / familiares, tratando temas controvertidos, como la violencia de género, el aborto, la maternidad… o que han sido tratados por años desde una mirada masculina.
Hacer teatro, escribir una obra, es dar una opinión, poner nuestro punto de vista.
Cuando Lorca nos habla a través de sus personajes, nos habla de justicia, de libertad, que son sus deseos políticos frente a una inminente guerra civil.
En Bernarda Alba, el personaje de Bernarda representa a una mujer represiva, autoritaria, defiende la ley social, mientras Adela, su hija, representa la libertad, defiende la ley natural. Por romper los convencionalismos sociales le cuesta la vida, como a Lorca.
Lorca ha sido un conocedor de la sociedad española que deja retratada en sus obras y poesía, en su música, nos deja testimonio de una época. Su aporte a España es invaluable.
Los problemas que no podemos solucionar en la política, los vamos a ver al teatro. Este era uno de los propósitos del teatro Latinoaméricano de los años 80, 90, y algunos países lo defienden muy bien hasta hoy.
Pero nadie quiere oír hablar de muerte ni menos de tragedia. Vivimos en un mundo acostumbrado a la felicidad, pero hoy practicamos la derrota. Y no sabemos qué cambios traerá esta experiencia en la sociedad y en el artista de mañana.
La felicidad, la vida positiva, está totalmente influenciada por los medios. Nuevamente hablamos desde la uniformidad de la mirada impuesta. Hablar del dolor o la derrota, es caminar fuera de la ruta trazada por el sistema. Necesitamos encontrar otros mundos posibles fuera de la dominación de los medios. Hay otras formas posibles de felicidad.
En los días de cuarentena, nuestro mayor deseo, era caminar por la calle con tranquilidad, abrazar a nuestros familiares o quedar con los amigos en algún bar. La vida está hecha de cosas simples. Es una época de pequeños gestos, de sueños pequeños que nos dan felicidad.
Hoy hemos retirado de la vista a la muerte, la muerte está en la películas, cuando sabemos que cada día muere tanta gente, cuando nos enteramos de las cifras diarias, algo mío muere ahí también, nos concierne, fracasa el esquema de cualquier proyecto que pudiéramos plantearnos. Todos estamos involucrados. Sobre todo cuando sabemos que podríamos haberle salvado la vida a miles de personas, si no fuera porque hemos callado, permitido los recorte, la precarización o privatización de la salud.
No solo somos responsables de nuestros propios actos, sino que de los actos de todos, somos una gran familia. En un solo hombre que muere está contenido todo el absurdo de la existencia y el fracaso de cualquier proyecto y sin embargo la existencia sigue.
Estamos obligados a recordar, a conservar la memoria, contar las historias, testimoniarlas.
Los que ejercemos el oficio de la escritura, estamos obligados a representar la felicidad y el horror a través de las palabras, aunque éstas a veces, no las puedan ni contener.
En el lenguaje cabe la humanidad entera.
Hablamos porque nuestros antecesores hablaban. Hablamos porque nuestros muertos han hablado antes y resucitan cuando narramos una historia olvidada, oculta o violada.
En los bordes del lenguaje sobrevive la memoria.