POR LUCÍA ROJAS
"Los libros que hablan de la guerra son incontables, sin embargo, siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres. Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la voz masculina. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones masculinas. De las palabras masculinas."
Svetlana Alexievich
(La guerra no tiene cara de mujer)
Podemos asegurar que la escritura tiene poder, por lo tanto, escribir es un acto de responsabilidad.
Releer el libro de Svetlana, una obra polifónica, que reúne los relatos, casi siempre en primera persona, de cientos de mujeres que combatieron en las filas del Ejército Rojo durante la segunda guerra mundial, me ha hecho pensar en la idea que nos plantea sobre la guerra contada por los hombres y me pregunto cuántos otros temas han sido narrados sin la voz de las mujeres. Hay historias que aún no están contadas, no con la suficiente fuerza y las suficientes voces que nos den una idea global de cómo viven sus vidas las mujeres que sufren violencia sexual, violencia obstétrica, las niñas que se enfrentan a la menstruación, las mujeres en la menopausia o en la vejez, solo por citar algunos ejemplos, que son muchos. Esa construcción del mundo aún no está relatada por las mujeres. Los hombres nos han contado la historia, el mundo a través de sus personajes femeninos, esos que han construido nuestra imagen y ha moldeado en la sociedad una manera de pensar lo femenino. Muchas de esas historias no representan a las mujeres que yo conozco. Y podemos agregar que no todas las mujeres están representadas desde sus diferencias: de clase, orientación sexual, etnia, edad, oficio, etc, porque no todas somos iguales. Hemos construido una idea de mujer universal, un estereotipo y en muchos casos una fantasía, un genérico femenino que nos hace a todas “idénticas”, como dice Celia Amorós, que nos homogeneiza y nos convierte en intercambiables.
El año pasado llegó a mis manos el libroNietas de La Memoria, un regalo de la editorial Bala Perdida. Diez crónicas escritas por mujeres periodistas feministas, que se atrevieron a contar la vida de sus abuelas en la guerra y posguerra civil española, como una manera de reparar la pérdida del recuerdo y de poner en evidencia el silencio, el olvido que la historia ha hecho de la memoria de estas mujeres, que se llenaron de valor y resistieron ante las adversidades con la mayor dignidad posible, en medio de una guerra declarada por hombres, donde el campo de batalla acaba siendo el cuerpo de las mujeres. Una guerra que ha dejado huellas profundas en todo el tejido social. La periodista Noemí San Juan, una de las autoras, lamenta que la pandemia se esté llevando a una generación única: “Y yo me pregunto: ¿cuántas historias se habrán quedado en las residencias o en los hospitales?”, comenta en una entrevista.
"Los relatos de las mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tienen sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana, en esta guerra no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta junto a nosotros y sufren en silencio, lo cual es aún mas terrible.
Svetlana Alexievich,
La guerra no tiene cara de mujer
Esta mirada de la guerra, que ubica a todo lo vivo en el centro, a todo lo que sufre, podríamos pensarlo desde una mirada feminista, que es otra mirada del mundo, que apunta al corazón del sistema patriarcal. Todos los temas que abordan las mujeres en el libro, hablan del género humano, no podríamos decir que son solo asuntos femeninos, pues nos atañe a todos, son responsabilidad del conjunto de la sociedad. Sin embargo, la vida humana y los límites ecológicos, hoy están fuera de las preocupaciones de la economía y el desarrollo. Como dice Vandana Shiva, “la subordinación de las mujeres a los hombres y la explotación de la naturaleza, son dos caras de la misma moneda”.
Pero ¿existe una escritura feminista?
El feminismo es un movimiento político-social de las mujeres a favor de la igualdad de los derechos. Por lo tanto es difícil asegurar que existe una escritura feminista. Pero hay autoras que tienen una visión del mundo desde el feminismo y, cuando leemos sus textos, advertimos su pensamiento, que son emblemas de la lucha feminista. Tal vez podríamos decir que es una escritura más política /aunque todo es político/, sin embargo, a veces son pinceladas muy sutiles.
Virginia Woolf en Una habitación propia dice:“se describe a las mujeres desde el punto de vista de su relación con hombres… Y ésta es una parte tan pequeña de la vida de una mujer”… en relación a los libros de hombres donde se menciona a mujeres.
Para mí, como dramaturga, la escritura feminista es la que instala una relación particular con el lector, una mirada horizontal, que se edifica sobre los principios de igualdad /idea que podríamos traspasar a una puesta en escena con el espectador/. Una escritura libre de jerarquías, no hegemónica, ni moralista. Donde las mujeres nos cuentan lo que sienten, lo que piensan como sujetos individuales. Una dramaturgia centrada en las personas. Un texto que cuestiona los estereotipos y no recae en ellos.
Hay historias que aún no están contadas, y es necesario contarlas, narrar la vida de las mujeres, para dar fe que la mujer no es solo una, sino muchas, con inquietudes, deseos, contradicciones. De esta manera podremos refutar lo que ya está escrito sobre la identidad de las mujeres. A través de nuestros relatos podremos objetar ese genérico femenino que nos hace a todas iguales, que nos transforma en un estereotipo, que nos ha relegado por siglos a una condición de misterio, de oscuridad (bruja), de sujeto no colectivo, de malas compañeras y amigas, egoístas y envidiosas, competidoras entre sí, ocupadas en alcanzar una belleza que no es la propia, discurso que le ha servido al poder para promover la desconfianza, e impedir nuestra acción común.
!Es urgente! armar nuestro corpus textual, el cuerpo textual de la dramaturgia femenina, que nos permita consensuar un pacto de memoria colectiva de y entre las autoras, para nombrarnos y reconocernos. Llevar nuestras obras a escena, difundirlas, estudiarlas en las escuelas, universidades. Leernos, asociarnos, intercambiar experiencias y reflexiones, hacer juntas lo que no podríamos hacer por separado, como investigar o impulsar leyes. Organizar ciclos, conferencias, talleres, festivales. Seguir armando el cuerpo colectivo que trabaja para conseguir la igualdad real en la cultura, con el fin de devolverle a las mujeres su genealogía, por rigor histórico.