POR LUCIA ROJAS
A raíz de mi intervención en el encuentro con artistas europeos, “Arquitecturas de escolta”, dirigido por Linguapax, en Barcelona, dentro del marco del proyecto "La Langue Des Oiseaux", financiado por Erasmus plus, donde me han pedido reflexionar sobre el teatro político, quise partir de mi práctica como artista en Chile y mi experiencia en España.
Vengo de un país donde el cuestionamiento al sistema político, ha despertado fuerte estos últimos años, se ha manifestado en las calles masivamente, contra un sistema con un modelo segregador y extractivista, por decirlo de manera somera.
Chile tiene una larga tradición de teatro político. Se puede decir que desde un principio las luchas obreras se relacionan con el teatro y que todo el historial del movimiento obrero se enlazaba con el escenario. Hoy todavía queda memoria, por lo menos para mi generación, de esa tradición y muchas de las problemáticas sociales son problematizadas en los escenarios. Las Compañías con más talento que presupuesto, exponen las historias, basadas en situaciones reales, sobre las distintas violencias; como la machista, presentes cada día en la prensa, o los aberrantes hechos que suceden dentro de los centros de menores, abandonados por sus padres y que el sistema también desatiende y viola sus derechos. Historias presentes en las carteleras, que dan cuenta de una situación de país.
En general en Latinoamérica el teatro es político y los actores y actrices, somos catalogados de izquierdas y comunistas. Palabras arrojadas como armas, por los que niegan la idea que todo acto es político y que existe un determinado tipo o posturas que se toma por sobre otras.
Polis viene del griego ciudad y refiere a ciudadano. Hoy proliferan partidos políticos que se dicen apolíticos, hacen política cuestionando la política. Se nos hace creer que la política, contamina, interrumpe las relaciones amables, cordiales que tenemos los seres humanos en esta convivencia ciudadana. Como si no tuviéramos ningún problema o preocupación. Para un grupo de la sociedad conservadora, es necesario resguardar el orden a toda costa.
Pero no se trata de hablar de la política en términos partidistas (falsos), o desde lo institucional. Hablo de las relaciones de poder que se juegan en todas partes. En la familia, en el trabajo, en el colegio, en la pareja.
Generalmente, cuando se habla del teatro político, se habla de una corriente que viene del teatro alemán, de mitad del siglo XX. Cuando el director teatral Erwin Piscator, se dio cuenta de que el teatro que se ofrecía era un teatro destinado a la burguesía, la clase trabajadora quedaba al margen de esa expresión artística y su propuesta fue la de crear un teatro del proletariado que reflejase sus problemas, capaz de contribuir a su emancipación, enfrentarse a los poderosos. Al poder. Bertolt Brecht que inicialmente trabajó como dramaturgo para Piscator, con su Teatro épico, creó un armazón teórico sólido que ha sido influencia para muchos teatristas hasta nuestros días.
Pero esa época ya nos queda muy lejos, hoy nadie se siente proletario, es un término anticuado, palabra en desuso, y tampoco se siente obrero, porque la mayoría no trabaja en las fábricas, aunque las horas de trabajo en muchos casos exceden las cuarenta horas y más. Con sueldos, como en España, de mil euros (sueldo mínimo) y muy poco tiempo para la convivencia, para la vida, para el disfrute cultural.
Para mí el teatro sigue siendo burgués. Desde el coste de las entradas en Fundación Teatre Lliure, o en El Teatro Nacional de Cataluña (TNC), teatros públicos, las entradas cuestan entre veinticinco y treinta euros, donde las temáticas puestas en escenas están muy alejadas de los problemas actuales, con personajes que no representan al común de la población. Y aquí hay que aclarar que son las pequeñas compañías y los teatros independientes, los que resguardan el tejido cultural. Ellos son los verdaderos activistas, los que aún defienden su compromiso con los problemas sociedad y con muy poco presupuesto.
Decir que un teatro es político y otro no, sacarle al teatro su dimensión política, ponerlo en una categoría, también obedece a una decisión política. Y ya sabemos cómo opera el sistema poniendo etiquetas. Estamos asistiendo a un tipo de ideología para que un determinado modo de la política se deje de lado y se instale otro, aquel que siempre ha estado, en vista de los privilegios de los sectores más dominantes, que es el que se ha instalado de manera natural.
Todos los grandes dramaturgos y dramaturgas, han cuestionado el poder.
Shakespeare lo explicaba muy bien, todas sus obras apelan al poder. Son temáticas netamente políticas. Shakespeare se pudo permitir criticar al poder, a los poderosos, desde el discurso de un rey loco como Lear. Una estrategia de locura que, por cierto, ya lo había hecho Cervantes en El Quijote.
Todo está en Shakespeare: el triunfo contra todo pronóstico de Donald Trump, la enajenación de Kim Jong-un, el Brexit, el populismo de Jair Bolsonaro, las locas promesas de Matteo Salvini.
También lo hizo Lorca, aunque de otra manera, en sus textos se enfrenó al poder, desde otro lugar. A través de sus historias, cuestionó el conservadurismo de la época, la familia y sus roles, la maternidad… Lorca cuestionó el trato que se le daba a la mujer, relegada a la esfera privada, al espacio de lo íntimo. Lo que algunos llaman el lugar de lo doméstico. Una dictadura que le robó la libertad a mucho hombre y mujeres y a él le costó la vida.
Y aquí quisiera traer a la reflexión una frase del feminismo que dice “lo personal es político”. Es una frase que se ha cuestionado bastante. Para mí quiere decir que en todas partes se tejen situaciones de poder. Y lo personal, no tiene que ver con lo individual, como muchas veces se ha pensado. Personal tiene que ver con esas zonas de lo personal que siempre se nos ha querido hacer creer que están exentas de lo político. Porque lo que nos pasa en la vida privada, nunca deja de ser político. Estamos llenos de relaciones de poder.
El teatro congrega a la ciudadanía, construye pensamiento y reflexión. Por eso es un acontecimiento político. La creación siempre implica un cuestionamiento. La creación no es orden, la creación es conflicto.
Y si el teatro no es político, entonces, ¿qué es?
¿Tiene sentido el arte si no es para el otro?
Somos con los demás. Cuando nos pensamos, lo hacemos en relación con los otros, porque provenimos de un otro; madre, padre, cultura. Actualmente, el mundo está diseñado para pensar en sí mismo, sin el otro. Hoy es revolucionario pensar en el otro, en la entrega hacia el otro o construir con un otro. Lugares que se han ido perdiendo en una sociedad cada vez más mercantilizada, que entiende todas nuestras prácticas en términos de conveniencia. ¿Tiene sentido la política si no es para el otro? A veces da la sensación que si la política no está en fusión del otro, más que política es negocio y el negocio siempre tiene que ver con uno. Por eso aparece esta idea, que el concepto del otro, del trabajo con el otro, parece haber pasado de moda estos años, pero el teatro excede las modas, arroja estos conceptos al escenario para pensarnos a nosotros mismos y sobre todo a los que quedan fuera.